domingo, 26 de marzo de 2023

Poema 304. Bajo la lluvia ajena.

Juan Gelman. Buenos Aires, 1930 - México 2014.


Bajo la lluvia ajena


No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país,

no a la fuerza.


La gente queda dolorida, la tierra queda dolorida.


Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran

y nadie nos corta la memoria, la lengua, las calores. Tenemos que

aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire.


Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de

kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares

y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche,

duelen de noche bajo el sol.

Poema 303. Precisión.

Clarice Lispector. Ucrania, 1920 - Brasil, 1977.


Precisión


Lo que me tranquiliza

es que todo lo que existe,

existe con absoluta precisión.

Cualquiera que sea el tamaño de la cabeza de un alfiler,

no se desborda una fracción de milímetro

más allá del tamaño de la cabeza de un alfiler.

Todo lo que existe es de gran precisión.

La pena es que la mayor parte de lo que existe

con esa precisión

es técnicamente invisible para nosotros.

Lo bueno es que la verdad nos llega

como un sentido secreto de las cosas.

Terminamos adivinando, confundidos,

la perfección.

Poema 302. Atiende...

Jorge Money. Buenos Aires, 1946 - 1975.


Atiende:

si mi hijo

si nuestro hijo

fuera naciera sol o

luna homosexual poeta o

guerrillero ah si creciera

guerrillero o usurero al tanto %

o asesino oficinista vendedor de

peines en el subte o suicida flor

o cerdo violador de tumbas o impasible

espectador del mundo comprensible padre de

familia actor de cine Rita Hayworth Tyrone Power

sacerdote verdugo militar terrorista puta carcelero

en la exacta mitad de tu ombligo te explico Manés que

si nuestro hijo recoge la bandera que dejamos o por

el contrario un ejemplo la olvida la traiciona la

veja la vende a razonable precio entendeme si

nuestro hijo mañana es muerto por ir más

allá de donde fuimos o por menos o por

error o por justicia o por lo que sea

si los muertos somos vos o yo o los

dos y él quien nos fusila de todos

modos Manés habremos ganado

porque la libertad es lo único que

debemos legarle a los demás

compañera amiga mía

no tiene mayor

relevancia.


Periodista asesinado por la Triple A.

Poema 301. Leo que el capullo...

Mirta Rosenberg, Rosario, Santa Fe, 1951.


Leo que el capullo

del cerezo sakura,

y también el capullo del durazno

y el de la ciruela, caen al suelo

apenas mecidos por la brisa

sin estar plenos.


Su momento de mayor belleza 

es allí, sobre la hierba.

Tras la caída

se hacen completos.


Los miro y bajo el tibio sol

aprendo.

lunes, 20 de marzo de 2023

Poema 300. La verdad es la única realidad.

Francisco Paco Urondo. Santa Fe, 1930 - Mendoza 1976.


La verdad es la única realidad


Del otro lado de la reja está la realidad, de

este lado de la reja también está

la realidad; la única irreal

es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien

si pertenece al mundo de los vivos, al

mundo de los muertos, al mundo de las

fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o de la producción.

Los sueños, sueños son; recuerdos, aquel

cuerpo, ese vaso de vino, el amor y

las flaquezas del amor, por supuesto, forman

parte de la realidad; un disparo en

la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos

gritos irreales de dolor real de los torturados en

el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía

cualquiera

son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero

pertenecen a la realidad. La única aparente

es la reja cuadriculando el cielo, el canto

perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz

fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso cubriendo la Patagonia

porque las

masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad como

la esperanza recatada de la pólvora, de la inocencia

estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia

del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro

como los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria

o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse, a rescatar

lo suyo, su

realidad.

Aunque parezca a veces una mentira, la única

mentira no es siquiera la traición, es

simplemente una reja que no pertenece a la realidad.



Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973.

domingo, 19 de marzo de 2023

Poema 299. Del montón.

Wislawa Szymborska. Polonia, 1923-2012.


Del montón


        Soy la que soy,

        casualidad inconcebible

        como todas las casualidades.

        Otros antepasados

        podrían haber sido los míos

        y yo habría abandonado

        otro nido,

        o me habría arrastrado cubierta de escamas

        de debajo de algún árbol.

        En el vestuario de la naturaleza

        hay muchos trajes.

        Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.

        Cada uno, como hecho a medida,

        se lleva dócilmente

        hasta que se hace tiras.

        Yo tampoco he elegido,

        pero no me quejo.

        Pude haber sido alguien

        mucho menos personal.

        Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un   

        enjambre,

        partícula del paisaje sacudido por el viento.

        Alguien mucho menos feliz

        criado para un abrigo de pieles

        o para una mesa navideña,

        algo que se mueve bajo un cristal de microscopio.

        Árbol clavado en la tierra,

        al que se aproxima un incendio.

        Hierba arrollada

        por el correr de incomprensibles sucesos.

        Un tipo de mala estrella

        que para algunos brilla.

        ¿Y si despertara miedo en la gente,

        o solo asco,

        o sólo compasión?

        ¿Y si hubiera nacido no en la tribu debida

        y se cerraran ante mí los caminos?

        El destino hasta ahora ,

        ha sido benévolo conmigo.

        Pudo no haberme sido dado

        recordar buenos momentos.

        Se me pudo haber privado

        de la tendencia a comparar.

        Pude haber sido yo misma, pero sin que me       

        sorprendiera,

        lo que habría significado

        ser alguien totalmente diferente.

Poema 298. Campo nuestro.

Oliverio Girondo. Buenos Aires, 1891 - 1967.


CAMPO NUESTRO


Este campo fue mar

de sal y espuma.

Hoy oleaje de ovejas,

voz de avena.


Más que tierra eres cielo,

campo nuestro.

Puro cielo sereno...

Puro cielo.


¿De tu origen marino no conservas

más caracol que el nido del hornero?


No olvides que el azar hinchó sus velas

y a través de otra mar dio en tus riberas.


Ante el sobrio semblante de tus llanos

se arrancó la golilla el castellano.


Tienes, campo, los huesos que mereces:

grandes vértebras simples e inocentes,

tibias rudimentarias,

informes maxilares que atestiguan

tu vida milenaria;

y sin embargo, campo, no se advierte

ni una arruga en tu frente.


Ya sólo es un silencio emocionado

tu herbosa voz de mar desagotado.


¡Qué cordial es la mano de este campo!


Sobre tu tersa palma distendida

¡quién pudiese rastrear alguna huella

que revelara el rumbo de su vida!


Tus mismos cardos, campo, se estremecen

al presentir la aurora que mereces.


Une al don de tu pan y de tu mano

el de darle candor a nuestro canto.


¿Oyes, campo, ese ritmo?

¡Si fuera el mío!...

sin vocablos ni voz te expresaría

al galope tendido.


Estas pobres palabras

¡qué mal te quedan!

Pero qué quieres, campo,

no soy caballo

y jamás las diría

si tú me oyeras.


Por algo ante el apremio de nombrarte

he preferido siempre galoparte.


Ritmo, calma, silencio, lejanía...

hasta volverte, campo, melodía.


Sólo el viento merece acompañarte.


¿No podrá ni mentarse tu presencia

sin que te duela, campo, la modestia?


Eres tan claro y limpio y sin dobleces

que el vuelo de una nube te ensombrece.


¡Hasta las sombras, campo, no dan nunca

ni el más leve traspiés en tu llanura!


¿Cómo lograste, campo tan benigno,

asistir a los cruentos cataclismos

que describen tus nubes

y ver morir flameantes continentes,

inaugurarse mares,

donde jóvenes islas recalaban

en bahías de fuego,

con el vivo y remoto dramatismo

que recuerdan tus cielos?


Al galoparte, campo, te he sentido

cada vez menos campo y más latido.


Tenso y redondo y manso,

como un grávido vientre

virgen campo yacente.


Sin rubores, ni gestos excesivos,

—acaso un poco triste y resignada—

con el mismo candor que usan tus chinas

y reprimiendo, campo, su ternura,

—más allá del bañado, entre las parvas—

se te entrega la tarde ensimismada.


Pasan las nubes, pasan

—¿Quién las arrea?—

tobianas, malacaras,

overas, bayas;

pero toditas llevan,

campo, tu marca.


Dime, campo tendido cara  al cielo,

¿esas nubes son hijas de tu sueño?...


¡Cómo no han de llorarte las tropillas

de tus nubes tordillas

al otear, desde el cielo, esas praderas

y sentir la nostalgia de sus yerbas!


Lo que prefiero, campo, es tu llaneza.


Ya sé que tierra adentro eres de piedra,

como también de piedra son tus cielos,

y hasta esas pobres sombras que se hospedan

en tus valles de piedra;

pero al pensarte, campo, sólo veo,

en vez de esas quebradas minerales

donde espectros de muías se alimentan

con las más tiernas piedras,

una inmensa llanura de silencio,

que abanican, con calma, tus haciendas.


En lo alto de esas cumbres agobiantes

hallaremos laderas y peñascos,

donde yacen metales, momias de alga,

peces cristalizados;

pero jamás la extensa certidumbre

de que antes de humillarnos para siempre,

has preferido, campo, el ascetismo

de negarte a ti mismo.


Fuiste viva presencia o fiel memoria

desde mi más remota prehistoria.


Mucho antes de intimar con los palotes

mi amistad te abrazaba en cada poste.


Chapaleando en el cielo de tus charcos

me rocé con tus ranas y tus astros.


Junto con tu recuerdo se aproxima

el relente a distancia y pasto herido

con que impregnas las botas... la fatiga.


Galopar. Galopar. ¿Ritmo perdido?

hasta encontrarlo dentro de uno mismo.


Siempre volvemos, campo,

de tus tardes con un lucero humeante...

entre los labios.


Una tarde, en el mar, tú me llamaste,

pero en vez de tu escueta reciedumbre

pasaba ante la borda un campo equívoco

de andares voluptuosos y evasivos.


Me llamaste, otra vez, con voz de madre

y en tu silencio sólo hallé una vaca

junto a un charco de luna arrodillada;

arrodillada, campo, ante tu nada.


Cuando me acerco, pampa, a tu recuerdo,

te me vas, despacito, para adentro...

al trote corto, campo, al trotecito.


Aunque me ignores, campo, soy tu amigo.


Entra y descansa, campo. Desensilla.

Deja de ser eterna lejanía.


Cuanto más te repito y te repito

quisiera repetirte al infinito.


Nunca permitas, campo, que se agote

nuestra sed de horizonte y de galope.


Templa mis nervios, campo ilimitado,

al recio diapasón del alambrado.


Aquí mi soledad. Esta mi mano.

Dondequiera que vayas te acompaño.


Si no hubieras andado siempre solo

¿todavía tendrías voz de toro?


Tu soledad, tu soledad... ¡la mía!

Un sorbo tras el otro, noche y día,

como si fuera, campo, mate amargo.


A veces soledad, otras silencio,

pero ante todo, campo: padre-nuestro.


“No eres más que una vaca —dije un día—

con un millón de ubres maternales”...

sin recordar —¡perdona!— que enarbolas

entre el lírico arranque de tus cuernos

un gran nido de hornero.


“Si no tiene relieve, ni contornos.

Nada que lo limite, que lo encuadre;

allí... a las cansadas, un arroyo,

quizás una lomada...”

seguirán —¡perdonadlos!— murmurando,

aunque tu inmensa nada lo sea todo.


Comprendo, campo adusto, que sonrías

cuando sólo te habitan las espigas.


Aunque no sueñen más que en esquilmarte

e ignoren el sabor de tus raíces,

el rumbo de tus pájaros,

nunca te niegues, pampa, a abrir los brazos.

Has de ser para todos campo santo.


Al verte cada vez más cultivado

olvidan que tenías piel de puma

y fuiste, hasta hace poco, campo bravo.


No te me quejes, campo desollado.

Cubierto de rasguños y de espinas

—después de costalar entre tus cardos—

anduve yo también desamparado,

con un dolor caballo en las costillas.


Recuerda que tus nubes se desangran

sin decir, campo macho, ni palabra.


Son tan grandes tus noches, que avergüenzan.


Si los grillos dejasen de apretarle

una sola clavija a tu silencio,

¿alcanzarías, campo, el delirante

y agudo diapasón de las estrellas?


Hasta la oscura voz de tus pantanos

da fervor a tu sacro canto llano.


¡Qué buenos confesores son tus sapos!


Nada logra expresar, campo nocturno,

tu inmensa soledad desamparada

como el presentimiento que ensombrece

el insomne mugir de tus manadas.


Vierte, campo, sin tregua, en nuestras

venas la destilada luz de tus estrellas.


Tu santa luna, campo solitario,

convierte nuestro pecho en un hostiario.


Déjanos comulgar con tu llanura...

Danos, campo eucarístico, tu luna.


¿A qué sabrán tus pastos

cuando logren, por fin, domesticarte

y en vez de campo potro desbocado

te transformes en campo endomingado?


Cómo ríen tus sapos, tus maizales,

con dientes de potrillo,

del candor con que todas tus ciudades,

no bien salen del horno,

ya ostentan capiteles, frontispicios,

y arquitrabes postizos.


Sólo soportas, campo, los aleros

que aconsejan vivir como el hornero.


Te llevé de la mano

hacia aldeas y rutas patinadas

por leyendas doradas;

pero tú sonreías, campo niño,

y yo junto contigo...

siempre, siempre contigo

campo recién nacido.


Tantos viejos modales resobados

y tanta historia

con tantas mezquindades,

desde la ausencia, campo, musitaban

tus ingenuos yuyales.


—¡Qué tierras sin aliento! —balbuceabas—.

Sólo produce muertos...

grandes muertos insomnes y locuaces

que en vez de reposar y ser olvido

desertan de sus tumbas, vociferan,

en cada encrucijada,

en cada piedra.

Los míos, por lo menos, son modestos.

No incomodan a nadie.


Y el eco de tu voz, entre las ruinas:

“Dadle muerte a esos muertos”, repetía.


¿Dónde apoyarnos, campo?

¡Ni una piedra!

Nada que indique el rumbo de tus huellas.

Persiste, campo nada, en acercarnos

la ocasión de perdernos... o encontrarnos.


Gracias, campo, por ser tan despoblado

y limpito de muertos,

que admites arriesgar cualquier postura

sin pedirle permiso a los espectros.


Muchas gracias por crearnos una muerte

de tu mismo tamaño y tan perfecta

que no deja ni el rastro de una huella.


Y mil gracias por darnos la certeza

de poder galopar toda una vida

sin hallar otra muerte que la nuestra.


Con sólo descansar sobre tu suelo

ya nos sentimos, campo, en pleno cielo.


—”¿Y si en vez de ser campo fuera ausencia?”

—”En mí perduraría tu presencia.”


Espera, campo, espera.

No me llames.

¿Por qué esa voz tan negra,

campo madre?


—”¿Es tu silencio mar quien me reclama?”

—”Ven a dormir a orillas de mi calma.”


Tú que estás en los cielos, campo nuestro.

Ante ti se arrodilla mi silencio.

Poema 297. Secreto.

Osvaldo Bossi. Buenos Aires, 1960.


SECRETO


Tu alegría es más 

fuerte que la muerte, 


y si no fuera así, igual 

se acerca, barre 


la noche con una 

escobita que no tiene 


nombre, no se puede 

nombrar, o al menos


vos no podés medirla

con palabras. Luchás 


todos los días, cada día 

contra ese río 


que te lleva para otro 

lado, te quita el sueño, 


la ilusión, y no podés 

hablar. No puedo, me decís. 


Es inútil, no puedo. 

Como si un dique 


frenara algo, alguien, 

cuya sola presencia 


te asusta. O quizás no. 

Y en vez de miedo, haya 


otra cosa. Mientras, 

atravesás los días 


como podés, con tu rísa  

como único talismán.  


Ojala un día 

se destrabe esa puerta 


con doble llave. 

No importa 


lo que encuentres.

Bueno, malo, triste o 


alegre, son condiciones 

efímeras. Tu eternidad 


está en otro lado. Está 

en tu risa joven y


estruendosa. La risa 

que es tu único pan, 


el único plato de comida 

sobre la mesa.

Poema 296. Silencio...

Alejandra Pizarnik. Buenos Aires, 1936 - 1972.


silencio

yo me uno al silencio

yo me he unido al silencio

y me dejo hacer

me dejo beber

me dejo decir

Poema 295. Algunos filólogos...

Gabriela Marrón. Bahía Blanca, 1981.


Algunos filólogos dicen que Safo

(poema 31)

describe el amor y sus síntomas

del mismo modo que Homero

en la Ilíada

la muerte de los héroes.


Se le rompe al guerrero la espada.

Se quiebra del yo lírico la voz.


El cuerpo palidece

la vista se nubla

zumban los oídos y el deseo

horada madrigueras

por los poros de la piel

estremecida de sudor.


Algunos filólogos dicen

que nadie pudo morir de amor

antes que Homero ajustara con cuidado

los límites difusos de la muerte

entre dáctilos

troqueos y espondeos;


que jamás habría brillado para Safo

el rostro de Anactoria

(poema 16)

si no hubieran destellado las corazas

los yelmos las cesuras las vocales

en la boca trashumante

de rapsodas domadores de palabras

casi pastores de versos

con ojos de perro y corazón de ciervo;


que nadie hubiera podido

hablar hoy de belleza

sin escuadras de naves

sin ejércitos completos

de jinetes

de soldados

de poemas ajenos.


Algunos dicen

que morir de amor requiere

cierta cultura literaria


Yo te digo que nadie

se muere

de amor.


No exageres, nena.

Poema 294. En la ruta.

Irene Gruss. Bs As, 1950-2018.


En la ruta


Lo único que podría curarme

o que al fin me sacara de este hospicio

es subir a un auto de línea sport

no muy confortable

pero amplio

que lo manejara

un hombre pudiente

potente

y valeroso

o sea temeroso de sí.

Si él aceptara conducir hasta la ruta

(odio el límite de la ciudad,

ese bochorno de la pobreza salpicado por uno que otro


cardo o girasol),

donde comienza la fila larga y azul del lino

o los maizales, amarillos,

si la antena de la radio funcionara

yo podría quitarme este peso de encima

podría mirar las cosas de forma diferente.


Sin que intervenga, sin presión de ningún tipo

este hombre serio o

sonriente

me acariciaría suavemente la nuca

de manera tal

que mi pelo pajizo se convertiría en lacio

mi nudo nervioso pasaría a

relajarse,

y podría mirarlo de frente, sonreírme yo también

o al menos

dibujar un nombre en la ventanilla

sin problema, como si él no existiera.

Entonces yo tomaría el volante

y mientras él descansara

(mirando fijamente la mano contraria)

me pondría a cantar esas canciones de

preguerra

que tanto enloquecieron a la generación

anterior.

Sólo así podría dominar mi ira

solamente así.

Cuando el auto se haya alejado bastante

y el calor sólo sea

esa curiosidad

por las mariposas estrellándose

contra el motor,

y el hombre a mi lado no se inmute

ni se inmiscuya

cuando la

alegría

sea lo único que me plazca.

domingo, 5 de marzo de 2023

Poema 293. Gustos y colores.

Boris Vian. Francia, 1920 - 1959.


GUSTOS Y COLORES


Hay sexos cortos 

Y otros cuelgan hasta las rodillas 

Rayados de amarillo y violeta 

Como la sombra del sol a través 

De la reja 

Y las mujeres, algunas huelen 

a caldo de conejo salvaje. 

Con tostadas es rico.

sábado, 4 de marzo de 2023

Poema 292. Homenaje a mis caderas.

Lucille Clifton. Estados Unidos, 1936 - 2010.


HOMENAJE A MIS CADERAS 


estas caderas son caderas grandes

necesitan espacio para andar

por ahí. no caben en rincones

pequeños y mezquinos. estas caderas

son caderas libres.

no les gusta tener que contenerse.

estas caderas nunca fueron esclavizadas,

van adonde les vaya en gana ir,

hacen lo que les venga en gana hacer.

estas caderas son caderas fuertes.

estas caderas son caderas mágicas.

las he visto hechizar y hacer girar

a un hombre como un trompo.

Poema 291. La mujer sin cabeza.

Claudia Masin. Resistencia, 1972.


La mujer sin cabeza


De chica, el alma se me separó del cuerpo. El alma,

o como se quiera llamar a ese aguijón

que se lleva clavado en el pecho y va soltando en la sangre

el deseo de vivir como una medicina

más fuerte que cualquier virus. Se dice que el miedo,

un miedo lo suficientemente intenso puede dejar

al cuerpo solo, y el cuerpo solo no comprende

qué cosa debe hacer consigo, cómo andar por el mundo

sin perderse. Para curarse hay que volver al punto

de partida, al lugar, al tiempo en que se produjo el accidente,

el golpe, la marea de palabras o de actos que impactaron

contra una y la vaciaron por dentro, dejándola así: una caña seca

donde ni los insectos buscan refugio

o alimento. La sangre, dicen, se vuelve agua, un líquido

que no tiene el poder para mantener al corazón en movimiento

y que bombea y bombea pero ya no es

la droga potente que atraviesa

el circuito de las venas sino el fluido espeso,

quieto de una ciénaga donde crecen las alimañas

y un dolor ciego se asienta. El accidente

puede ser cualquiera, a veces

es el choque inevitable entre dos cuerpos:

el día en que caíste sobre mí no pude

retroceder ni defenderme,

conocí el pavor de las criaturas que se enfrentan

a un enemigo muy

superior a sus fuerzas. Entonces no sabía, ahora sé

que perdido por perdido,

es el canto del miedo el que vence al miedo,

el que lo vuelve inofensivo, una serpiente

a la que se le exprime el veneno

de los colmillos. Para que el alma entre

de nuevo en el cuerpo hay que empujarla

con la pobre, cobarde fuerza de los débiles,

como si el mundo fuera fácil de mover

de su eje, como si pudieran detenerse sus leyes,

revertirlas, como si recuperar el alma

que te arrebataron tan temprano

fuera posible.

Poema 290. Hay momentos que exigen...

Mary Oliver. EEUU, 1935 - 2019.


Hay momentos que exigen ser cumplidos.

Como decirle a alguien que le amas.

O regalar tu dinero, todo.

Tu corazón palpita, ¿verdad?

No estás encadenado, ¿verdad?

No hay nada más patético que la prudencia

cuando lanzarse podría salvar una vida,

incluso, posiblemente, la tuya.

Poema 289. Entregarse.

Marvin Bell. Estados Unidos, 1937 - 2020.


ENTREGARSE


Antes podía ignorar

a los pájaros por todas partes

aunque estuvieran en cualquier parte

por donde yo pasara.

Ahora voy a cualquier parte

donde haya pájaros por todas partes;

voy a cualquier parte

adonde vayan

los pájaros,

no habiendo pasado por ninguna parte

adonde no pudieran ir.

Eso es la mitad de todo.

Poema 288. Texto de sombra.

Alejandra Pizarnik, Avellaneda, 1936-1972.


Texto de sombra


Quiero existir más allá de mí misma: con los aparecidos. 

Quiero existir como lo que soy: una idea fija. Quiero ladrar, no alabar el silencio del espacio al que se nace.