jueves, 19 de septiembre de 2024

Poema 650. Mi médica me prescribió romper el sedentarismo...

Graciela Cros. Carlos Casares, 1945.


Mi médica me prescribió romper el sedentarismo.

Una piedra de jade verde guatemalteco se rompe.

Una ola del caribe italiano se rompe.

Un corazón joven se rompe y uno viejo 

también.

Un amor de toda la vida se rompe.

Una taza de cerámica de Puebla se rompe.

Una rama cargada de nieve se rompe.

Un molino de los campos manchegos se rompe.

Una estrella fugaz se rompe 

antes 

de que la veas desaparecer.

Un huevo de gallina Dominique se rompe 

y uno de gallina de Guinea también.

Una ilusión tardía se rompe y una temprana también.

Un balcón de La Casa Batlló de Gaudí se rompe.

Un auto ploteado con 

la cara de Eva y Cristina se rompe.

La hoja en la que escribí una carta 

que no quería enviar 

se rompe.

Un certificado de defunción se rompe.

Un cadáver se rompe.

Los huesos se rompen.

La vértebra que sufre fractura espontánea 

se rompe.

La pasión se rompe.

El sexo se rompe.

La vida se rompe.

Y el sedentarismo, ¿se rompe?

¿Cómo se rompe?

Caminando bajo el cielo muy celeste

con 10 grados bajo cero

y tanta ropa que apenas puedo moverme

parece que se rompe.

Debería usar ropa técnica, me dicen los expertos, 

ropa técnica, una segunda piel,

liviana, que conserva el calor del cuerpo,

pero soy antigua, cuando nací sólo existía la radio,

debe ser por eso que no me atrae 

vestirme con ropa técnica cuando 

sólo quiero caminar al paso de una tranquila 

oveja ramoneando.

Ahora en el cielo

vuelan como pájaros de colores

las velas de los parapentes.

Un jardinero corta un cerco.

Yo camino.

¿Estaremos rompiendo el sedentarismo?

¡Hurra! como dice Gelman,

¡por fin ninguno es inocente!

Siguiendo con el tema, pregunto, 

el color azul, ¿se rompe?

Ah, ¡qué color más literario el azul!

Durante muchos años no soportaba verlo 

en un poema

y tampoco me permitía escribirlo,

ahora escribo la palabra azul y la palabra alma 

sin que me tiemble el pulso, cosas de la edad,

libertades que una se da.

El azul ultramar de lapislázuli que importaban los 

egipcios desde las montañas de Afganistán 

se rompe.

El azul oscuro del cielo de los cuervos sobre el trigo

de Van Gogh se rompe.

El azul que Rimbaud dice es el color de la vocal “o”

se rompe.

El cristal azul de Murano, provincia de Venecia, y 

también el de Torcello y Burano 

se rompen.

La casa azul de Frida Kahlo en Coyoacán 

se rompe.

El azul pluma de pavo real como Paul Bowles describe 

al océano frente a la costa de Tánger, 

se rompe.

El azul de El cielo protector se rompe.

El azul Francia de una camisa londinense de paño fino

se rompe.

Muchas cosas se rompen según el ojo que las mira

pero el color azul no se rompe.

¿Y el poeta se rompe?

Sí, el poeta se rompe más fácil que nadie,

que el sedentarismo y cualquier otra cosa

considerada frágil.

Simone de Beauvoir escribió “La mujer rota”

entonces

si yo le creo a Simone, como le creo, 

quiere decir que los hombres no se rompen 

y las mujeres sí.

Yo pienso que los hombres también se rompen  

pero se rompen más las mujeres, 

huellas del patriarcado.

La vajilla de porcelana que mi padre le regaló a mi 

madre cuando se casaron 

se rompe.

Las uñas, ¡se rompen! Muy fácilmente si uno lava 

los platos, se estresa o hace jardín.

La paz la alegría el bienestar se rompen, a veces sin 

que uno haga algo que lo provoque.

Una promesa un juramento un pacto un acuerdo 

se rompen.

El bosque se rompe.

La selva se rompe.

El árbol se rompe.

El planeta se rompe.

La palabra se rompe.

El poeta se rompe.

El sedentarismo se rompe.

Todo parece estar hecho para romperse

pero anoten

y como yo, respiren aliviados:

la poesía y el color azul no se rompen.

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