domingo, 20 de agosto de 2023

Poema 418. La revolución no va a ser por internet.

Ezequiel Zaidenwerg. Buenos Aires, 1981.


LA REVOLUCIÓN NO VA A SER POR INTERNET (CÓVER DE GIL SCOTT-HERON)


No te vas a poder quedar en casa, amigue.

No vas a poder desactivar el roaming ni colgarte al Wi-Fi del vecino.

No vas a poder colgarte jugando al Candy Crush,

ni mirando las fotos de gatitos en Facebook,

porque la revolución no va a ser por internet.

La revolución no va a ser por internet.

La revolución no se va a ver con filtros de Snapchat o de Instagram,

en blanco y negro vintage o predeciblemente sólo en blanco.

La revolución no va ser por drone, ni se va a organizar en la deep web,

ni va a estallar cuando se filtre el sex tape de Donald Trump, Marine Le Pen y Putin

gozando como chanchos con las manos de Perón restauradas

con nail art colorinche y germicida en gel.

La revolución no va a ser por internet.

La revolución no va a salir en exclusiva en Netflix, producida por Tom Hanks, dirigida por Oliver Stone y protagonizada por Miley Cyrus, porque lo progre no quita lo coqueto.

La revolución no te va a esculpir milimétricamente los abdominales que siempre soñaste,

ni te va a dotar de un portentoso miembro prensil,

ni te va a hacer crecer la barba de leñador más fuerte y más sedosa,

porque la revolución no va a ser por internet, amigue.

La revolución no te va a borrar por dermoabrasión

ese tatuaje del Che que te hiciste en los noventa.

No va aumentar el tráfico de tu página web, no te va a dar miles de likes,

no te va a hacer un tuítstar ni un semental de Tinder.

La revolución, si es, no va a ser cosa de varones.

La revolución no va a ser por internet.

No vas a ver por streaming a la yuta reprimiendo,

meta bala de goma y gases lacrimógenos,

porque dice mi abuela que le dijo un taxista

que lo escuchó en la radio que a esos cabecitas negras

al final no les gusta laburar, y acá necesitamos un país en serio,

una revolución de la alegría.

Ya nadie va a dejar comentarios anónimos

en la web de los diarios, y nadie va a mirar

Bailando por un sueño ni Almorzando con Mirtha

ni Fútbol de primera, y ni hablar de La noche del domingo

y las Gatitas y ratones de Porcel.

Y los pibes, en vez de cazar Pokemones,

van a estar en la calle buscando algo mejor.

La revolución no va a ser por internet.

No va a ser trending topic, ni van a hablar de ella en un documental

coproducido por la UNESCO y Goldman Sachs que mencione al pasar a #NiUnaMenos,

narrado por los hijos importados de Brad Pitt y Angelina.

La banda de sonido no va a ser de U2 ni Manu Chao.

Calle 13 tampoco va a poner su granito de arena, y de Silvio ni hablar:

todavía va a estar buscando su unicornio.

La revolución no va a ser por internet.

La revolución no va a ser monetizable por Adsense, pero si vos querés

vas a poder ponerla en tu perfil de LinkedIn que, como todo el mundo sabe,

es la mentira más piadosa del capitalismo.

La revolución no va a pasar el desafío de la blancura.

La revolución no va a sacar el tigre que hay en vos, ni el emprendedor.

La revolución no te va a limpiar el inodoro, ni la conciencia biempensante.

La revolución no te va a poner la camiseta, ni los pantalones.

La revolución te va a obligar a ponerte las pilas.

La revolución no va a estar en todos tus dispositivos, amigue.

La revolución va a ser en vivo.

Poema 417. He bebido las aguas...

Susana Cabuchi. Jesús María, Córdoba, 1948-2022.


He bebido las aguas

del Shu-Am

como si no estuvieran

contaminadas.

A orillas

del río silencioso

crecen flores amargas

sobre las que he descansado,

                                leyendo.

Y no he pecado

sino

lo necesario.

Poema 416. Y lo que haremos es vivir...

Carlos Skliar. Buenos Aires, 1960.


Y lo que haremos es vivir, 

como cada vez que tiembla el día. 


Lo contrario de la nube que es belleza y pasa,

la vida que es oruga y sigue.

Poema 415. Un desierto lo rodea...

 Poema 415


Macky Corbalán. Cutral-Có, 1963-2014


Un desierto lo rodea.

Por las noches, a un tiempo,

los pequeños animales que

lo pueblan,

abren sus ojos,

y otra luz se hace.

Poema 414. La primera noche...

Vladimir Maiakovski. Georgia, 1893-Rusia, 1930.


La primera noche, ellos se acercan

y toman una flor de nuestro jardín.

No decimos nada.

La segunda noche ya no se esconden,

pisan las flores, matan nuestro perro

y no decimos nada.

Hasta que un día, el más frágil de ellos

entra solo a nuestra casa,

nos roba la luna, y conociendo nuestro miedo,

nos arranca la voz de la garganta.

Y porque no dijimos nada,

ya no podemos decir nada.

Poema 413. Olmos.

Louise Glück. EEUU, 1943.


OLMOS 


Me pasé todo el día intentando distinguir

la necesidad del deseo. Ahora, a oscuras,

siento sólo una amarga tristeza por nosotros,

los que construimos cosas con madera,

los que la cepillamos, porque me puse a mirar

con atención estos olmos,

y advertí que el proceso que da origen

a este árbol que se retuerce inmóvil

es una tortura, y entendí

que no produce más que formas retorcidas.

Poema 412. VIII.

Norberto Sleiman. Buenos Aires, 1948.


VIII


Mi mano buscó tu frente

en el último minuto

y tu corazón dijo no,

la muerte camina sola.

Poema 411. Tanta es la fuerza de la felicidad...

Emily Dickinson. EEUU 1830-1886.



Tanta es la fuerza de la felicidad 

que puede alzar una tonelada

ayudada por su estímulo.


Quien se sustenta en la miseria 

debe cargar consigo mismo,

ningún recurso puede obtener.


Para una infinita conciencia

reserve sus talentos.

Poema 410. III.

Liliana Campazzo. Buenos Aires, 1959.


III


Cada palabra escrita sobre el vidrio dura sólo lo que dura

el amor también

las escobas duran más

barren arrastran crujen

siempre queda algo de una escoba

de los vidrios quedan las astillas

de lo otro mejor no hablar.

Poema 409. África mía.

Graciela Cros. Carlos Casares, 1945.


África mía


Que me lavaras el pelo

sentada en la mañana del jardín

la cabeza hacia atrás

tus manos suaves

en la espuma

el agua tibia corriendo

entre tus dedos chatos

y a través de mi espalda

no era cine.

Era que 

aprendíamos a vivir 

sin darnos cuenta.

Poema 408. El derecho a la vida.

Marge Piercy. Estados Unidos, 1936.


EL DERECHO A LA VIDA


Una mujer no es un árbol de peras

inconsciente y fecundo del que caen los frutos

al mundo. Hasta los perales

se llenan un año y descansan al siguiente.

En los huertos descuidados cae la fruta

tibia y madura en el pasto, y los árboles se elevan

nudosos para regalo de los pájaros, a cuarenta pies de altura

entre espinas de una pulgada de largo,

que estallan con atavismo en la suave madera.  


Una mujer no es una canasta en la que escondes

tus panecillos para mantenerlos calientes. No es una gallina

ponedora bajo la que deslizas huevos de pato.

No es la bolsa donde guardas el dinero

de tus hijos para usarlo después en tus guerras.

No es un banco donde tus genes ganan intereses

y mutaciones interesantes bajo esta lluvia

sucia. Tú tampoco lo eres.  


Siembras maíz y lo cosechas

para comer o vender. Llevas las ovejas

a engordar a los pastos para enviarlas después

al matadero, por la carne. Partes la montaña

en dos para abrir un camino, excavas

las altas mesetas por carbón y dejas las aguas

barrosas por millas, por años.

Y los peces mueren, pero no son tuyos

hasta que te los quieres comer.


Pero ahora quieres legislar derechos mineros sobre la mujer.

Reclamas títulos sobre sus pastizales, para engordar el ganado;

sobre sus campos, para cultivar bebés como si fueran

lechugas. Y amas a los niños tan profundamente

que ninguno sufre hambre, ninguno llora

sin que le atiendan cuando la madre

trabaja, a ninguno le falta fruta fresca,

ninguno mastica plomo o tose hasta morir.

Y tus orfanatos están vacíos. Seguro que cada mediodía

tus mejores restaurantes le sirven bistec a los niños pobres.


En este mismo momento, a las nueve, una partera

le hace, sobre una mesa, un aborto

a una madre soltera de Texas que no puede obtener ayuda

del seguro. En cinco días morirá

de tétanos, y su niña llorará

y será llevada lejos. En la casa de al lado, el marido

y la mujer le clavan alfileres al hijo

que no quisieron. Y le explicarán

por horas lo malo que es,

y cómo le hace falta un poco de disciplina.


Todos nacemos de mujer, en la rosa

del vientre mamamos la sangre de la madre

y cada bebé que nace tiene el derecho de que lo amen,

como cada planta tiene derecho al sol. Cada niño que nace

sin amor es una deuda que ha de cobrarse

en veinte años con intereses, un odio

en busca de su blanco, un dolor

que causará dolor. Diez años de agua bajo los puentes

un niño grita, una mujer cae, una sinagoga es incendiada,

se forma un pelotón de fusilamiento, se aprieta

un botón rojo y el mundo arde.


Yo escojo lo que entra en mí; lo que se vuelve

carne de mi carne. Sin mis opciones, no viven la política

ni la ética. Yo no soy tu campo de maíz

ni tu mina de uranio; no soy tu ternera

de engorde, tu vaca de leche.

No me usarás como fábrica.

Los curas y los congresistas no son dueños

de acciones sobre mi vientre o mi mente.

Este es mi cuerpo. Si te lo doy

quiero que me lo devuelvas. Mi vida

es un derecho no negociable.

Poema 407. Me merezco.

Simone Seija. Uruguay, 1968.


ME MEREZCO


Me merezco que me quieran con locura,

El té de menta,

Las frutillas bañadas en chocolate.


Me merezco a Vivaldi un día de lluvia, el sol, la playa y el aire. 

Me merezco los besos, las gracias, el buen sexo.

Me merezco el libro que leo, el aroma a febrero, tus ojos de cielo.


Me merezco todos mis amaneceres, el primer mate del día, el ronroneo de mi gata, el placer de escribir, los audios interminables de la gente que me nutre oír.


Me merezco que me elijan para compartir vida. 

Me merezco ser declarada y nunca clandestina, estar en las fotos que quiero figurar y cada viaje que hice.


Me merezco caminar en la noche y remolonear los domingos.

Mis tiempos, mis espacios, los cafecitos solitarios, los bailes desenfrenados, fumarme un mentolado.


Merezco los piropos sinceros. Los mimos, Los abrazos, Los ‘te quiero’.

Merezco los regalos sorpresa. La emoción del avión que despega. La paz y el sosiego.


Me merezco las palabras de aliento, la compasión, los vínculos sanos.

Me merezco vivir lejos del drama.

Me merezco la sonrisa, el buen trato, el saludo.


Me merezco que buenas cosas me ocurran, saber quién soy, que me dejen ser.

Me merezco que contesten un mensaje, que devuelvan una llamada, que me escuchen.

Me merezco mi tiempo de tristeza y mi tiempo de alegría.


Me merezco no ser violentada, ni callada, ni agobiada, ni avasallada. 

Me merezco ser feliz. Darme mil oportunidades.

Me merezco. Te mereces. Nos merecemos.


Declaro vivos todos los merecimientos del mundo. Porque tengo claro que me enseñaron a no merecer. Y me lo creí.

Poema 406. Un pájaro llama a mi puerta...

Roberta Iannamico. Bahía Blanca, 1972.


Un pájaro llama a mi puerta

con un canto

cuando se hace silencio

estoy sola

y no sé qué hacer

si abrirle o no.

Poema 405. Yo también he hecho de poeta.

Elvira Hernández. Chile, 1951.


YO TAMBIÉN HE HECHO DE POETA


Con agilidad he trepado la maraña de cuerdas.

He caminado por el vacío como si no tuviera pies.

He pasado largamente suspendida como si dependiera de tus ojos.

En dos lágrimas se ha sostenido la complejidad de mi equilibrio.

Parada sobre mi cabeza fustigué a todas las bestias negras en el redondel.

Tragué saliva vaga un poco de fuego y polvo raro.

Quebré fidelidades zurcí fracasos envenené amores.

Hice ilusionismos y entre mis piernas metí a la Gran Serpiente.

Cortaron mi cuerpo en pequeños pedazos que cayeron al agua.

Reí con sorna alegría frente a mi cara de trapecista lúgubre.

Pero sólo pude hacer este gran arte en funciones nocturnas.

Poema 404. Granja abandonada.

Ted Kooser. Estados Unidos, 1939.


Granja abandonada


Era un hombre corpulento, dice la talla de sus zapatos

sobre una pila de platos rotos, junto a la casa;

y también alto, dice el tamaño de la cama

en una habitación de la planta superior; y bueno y temeroso de Dios,

dice la Biblia con el lomo partido,

en el suelo, bajo la ventana, entre motas de polvo iluminadas por el sol;

pero no estaba hecho para la agricultura, dicen los campos

cubiertos de pedruscos y el granero lleno de goteras.


Vivía una mujer con él, dice el empapelado del dormitorio

con motivos de lilas y los estantes de la cocina

forrados con hule, y tenían un hijo,

dice el arenero hecho con un neumático de tractor.

El dinero era escaso, dicen los frascos de ciruelas en conserva

y las latas de tomate precintadas en la lucerna.

Y los inviernos duros, dicen los trapos en los marcos de las ventanas.

Era un lugar solitario, dice el angosto camino vecinal.


Algo fue mal, dice la casa vacía

en el terreno tapado por las malas hierbas. Las piedras en los campos

dicen que él no era un granjero; los frascos cerrados

en el sótano dicen que ella se fue precipitadamente.

¿Y el chico? Sus juguetes están esparcidos en el patio

como ramas después de una tormenta: una vaca de goma,

un tractor oxidado con el arado roto,

una muñeca vestida con un overol. Algo fue mal, dicen.

Poema 403. Crianza.

Melina Alexia Varnavoglou. Buenos Aires, 1992.


crianza


como una madre 

alimenta a sus pichones

corto con los dientes 

la pastilla de alplax

en cuartitos 

y los escupo

en cada casillero de la semana


abren sus boquitas

clic clic 

lunes martes 

clic clic clic 

miércoles jueves viernes


las del finde 

las pongo

en otro pastillero

más de salir

y las de la semana 

refunfuñan celosas 

paciente les explico 

mamá también tiene cosas que hacer.

Poema 402. Seguridad interior.

Sebastián Russo. La Plata, 1973.


Seguridad Interior


La casa

Mi casa 

Tu casa está en orden

Y estar en casa

Es muy bueno


Afuera es noche

Llueve tanto

Quedate adentro

Ta lleno de negros

Así ya no se puede


El negro es malo

El negro es enemigo 

El mejor. El unico

Enemigo interno

Lo tenemos adentro


El enemigo (del) interior

El interior del interior

El afuera del adentro

Alianza contra el Afuera del Adentro

Las AAA son las tres almas


Alma de negro

Fuego (im)propio

Fuerzas almadas

Seguridad interna

En defensa propia


El negro es el enemigo

O el mejor amigo del hombre

Indio bueno

Perro nuestro

Guachi soplón


Bala al negro malo

Fuego propio

Al gaucho malo

A los malos

Ni justicia 


Hay milicos buenos

El terrorista malo

Malo malo

Cuco

Malo


Terrorista vos

Pobre (de) vos

Narco

Puto

Villa


Hay q apuntar bien

Eso es todo

En todo estás vos

Ahi va un malo

Pumba. Ratatata


Que lindo mami

Un soldadito

Si mi amor

Volvieron los buenos

Mira bien cuando cruzas


En todo estas vos

En la mira

En la mia

En nosotros

Seguridad y diseño interior


Las AAA son las tres almas

Afrenta al Alma Antipat(r)ica

Fuera el Monstruo Interior

El FMI vino a poner orden

Al pan pan


Negro de arma

Corre, limpia, barre

La mira en tu frente

Bañate

Limpiemos d negros la casa 


Fuera Monos del Interior

Fondo de Monstruos Internos

Fuera Marrones de Inodoro 

El FMI vino a poner odex

El desafío de la blanca blancura

Poema 401. Despues de 37 años mi madre me pide perdón por mi infancia.

Sharon Olds. Estados Unidos, 1942.


Después de 37 años mi madre me pide perdón por mi infancia


Cuando te inclinaste hacia mí, los brazos hacia adelante

como alguien que trata de atravesar un incendio,

cuando te balanceaste hacia mí, gritando que 

sentías mucho lo que me habías hecho, tus

ojos llenos de líquido terrible como 

gotas de mercurio de un termómetro roto

patinando por el piso, cuando gritaste suavemente

¿A quién más podía acudir? ¿A quién más tenía? La 

porcelana rota de tus manos se mueve hacia mí, el

agua que mana de tus ojos como la humedad

que sale de las piedras bajo mucha presión, yo no podía

ver lo que haría con el resto de mi vida.

El cielo parecía astillarse como una ventana

que alguien atraviesa, tu

cara pequeña destellaba como con

cristales rotos, con verdadero arrepentimiento, el

arrepentimiento de tu cuerpo. No podía ver como iban a ser

mis días contigo arrepentida, contigo deseando

no haberlo hecho, el

cielo caía a mi alrededor, sus astillas

brillando en mis ojos, tu viejo cuerpo suave

caído contra el mío horrorizada

te tomé en mis brazos, dije Está bien,

no llores, está bien, el aire lleno de 

vidrios, no sabía lo que decía o quién sería yo ahora que te había perdonado.