Graciela Cros. Carlos Casares, 1945.
El agua de la extranjería
Al traernos el pan con tomate
el árabe del chiringuito donde comemos cada día
me dice que estoy más guapa con el pelo distinto
y yo pienso,
mientras te observo encerrado en tu sótano,
frente a mí,
que vos no lo notaste y siento, además,
que para cerrar un ciclo de amor karmático
no hay como cambiar de país.
La extranjería anula el apego
y la melancolía de pisar suelo desconocido
se contrarresta con un estado de alerta permanente
que nos vuelve más lúcidos y sensibles.
Esta es la carta que hoy me escribo desde Zahara de los Atunes, Cádiz,
y me pregunto qué voy a hacer con lo que descubra
después de leerla.
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