miércoles, 15 de mayo de 2024

Poema 591. Tabaquería.

 Álvaro de Campos. Portugal, 1988-1935.


Tabaquería


No soy nada.

Nunca seré nada.

No quiero ser nada.

Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.


Ventanas de mi cuarto,

Del cuarto de una de las millones de personas del mundo que nadie conoce

(Y si supiesen quién es, ¿qué sabrían?)

Miran hacia el misterio de una calle atravesada constantemente por la gente,

Hacia una calle inaccesible para todos los pensamientos,

Real, imposiblemente real, verdadera, desconocidamente verdadera,

Con el misterio de las cosas por debajo de las piedras y de los seres,

Con la muerte que produce humedad en las paredes,

Con el destino que conduce la carroza del todo por la carretera de la nada. 


Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad.

Hoy estoy lúcido, como si estuviera a punto de morir,

Y no tuviese otro vínculo con las cosas

Que no fuera una despedida, convirtiendo a esta casa de este lado de la calle

En la hilera de vagones de un tren, con el silbido de partida

Dentro de mi cabeza

Y una sacudida de mis nervios y huesos que crujen durante la salida. 


Hoy estoy perplejo, como quien pensó y encontró y olvidó.

Hoy estoy dividido entre la lealtad hacia

La tabaquería del otro lado de la calle, como algo real por fuera,

Y a la sensación de que todo es sueño, como algo real por dentro.


Fracasé en todo.

Como no tuve ningún objetivo, tal vez todo fuera nada.

El aprendizaje que me dieron,

Lo eché por la ventana trasera de la casa.

Fui hasta el campo con grandes propósitos,

Pero allá sólo encontré hierbas y árboles,

Y cuando había gente era igual a la otra.

Dejo la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?


¿Qué sé yo de lo que seré, yo que no sé lo que soy?

¿Seré lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!

¡Y hay tantos que piensan en ser la misma cosa que no puede haber tantos!

¿Genio? En este momento

Cien mil cerebros se conciben en sus sueños tan genios como yo,

Y la historia no reseñará, ¿quién sabe?, ni siquiera a uno,

De tantas conquistas futuras quedará apenas estiércol. 


No, no creo en mí...

¡En todos los manicomios hay locos perdidos llenos de certezas!

Y yo que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cuerdo o menos cuerdo?

No, ni en mí...

¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo

Habrá en este momento genios-para-sí-mismos soñando?

¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas

-Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,

Y quién sabe si realizables,

Nunca verán la luz del sol ni llegarán a oídos de nadie?


El mundo es de quien nace para conquistarlo

Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.

He soñado más que Napoleón.

He apretado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo.

He pensado en secreto sobre filosofías que ni siquiera Kant escribió.

Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,

Aunque no viva en ella;

Seré siempre el que no nació para eso;

Seré siempre sólo el que tenía cualidades,

Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta,

Y cantó la canción del infinito en un gallinero,

Y oyó la voz de Dios en un pozo tapiado.

¿Creer en mí? No, ni en nada.

Que derrame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente

Su sol y su lluvia, el viento que encuentra mi cabello,

Y lo demás que venga si es que viene o vendrá, o que no venga.

Esclavos cardíacos de las estrellas,

Conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;

Pero despertamos y es opaco,

Nos levantamos y es ajeno,

Salimos de casa y es la tierra entera,

Junto al sistema solar y la vía láctea y lo indefinido. 



(Come chocolates, pequeña;

¡Come chocolates!

Mira que en el mundo no hay más metafísica que los chocolates.

Mira que todas las religiones no enseñan más que una confitería.

¡Come, pequeña sucia, come!

¡Ojalá yo pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú comes!

Sin embargo yo pienso, y después de retirar el papel de plata, que es de estaño,

Lo tiro todo al suelo, como tiré la vida).



Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré,

La caligrafía rápida de estos versos,

Pórtico destruido hacia lo imposible.

Al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,

Noble al menos en el gesto amplio con el cual arrojo

La ropa sucia que soy, sin recibo, al transcurrir de las cosas,

Y me quedo en casa sin camisa. 



(Tú, que consuelas, que no existes y por eso consuelas,

Ya seas diosa griega, concebida como estatua viva,

O patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,

O princesa de trovadores, muy gentil y colorida,

O marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,

O cortesana célebre del tiempo de nuestros padres,

O algo moderno -no puedo imaginarme qué-

Todo eso, sea lo que fuera que seas, si puede inspirar, ¡que inspire!

Mi corazón es un balde vacío.

Como invocan espíritus quienes invocan espíritus, me invoco

A mí mismo y no encuentro nada.

Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.

Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan,

Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,

Veo los perros que también existen,

Y todo eso me pesa como una condena al destierro,

Y todo eso es extranjero, como todo). 



Viví, estudié, amé y hasta creí,

Y hoy no hay un mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.

Le miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,

Y pienso: tal vez nunca viviste ni estudiaste ni amaste ni creíste

(Porque es posible basar la realidad en todo eso sin hacer nada de eso);

Tal vez hayas existido apenas, como una lagartija a la que le cortan la cola

Y sólo es una cola removiéndose, más acá de la lagartija. 


Hice de mí lo que no supe.

Y lo que podía hacer de mí no lo hice.

Vestí un disfraz equivocado.

Después me conocieron por quién no era y no lo desmentí, y me perdí.

Cuando quise quitarme la máscara,

Estaba pegada a la cara.

Cuando la arranqué y me vi en el espejo,

Ya había envejecido.

Estaba borracho, ya no sabía vestir el disfraz que no me había quitado.

Tiré la máscara y dormí en el guardarropa

Como un perro tolerado por la gerencia

Por ser inofensivo.

Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime. 


Esencia musical de mis versos inútiles,

Ojalá pudiera descubrirte como algo hecho por mí,

Y no me quedase siempre frente a la tabaquería de enfrente,

Pisoteando la conciencia de existir,

Como si fuera una alfombra con la que tropieza un borracho,

O una esterilla que no valía nada robada por los gitanos. 


El dueño de la tabaquería se asoma a la puerta y se queda en la puerta.

Lo miro con la incomodidad de una cabeza torcida

Y con la incomodidad de un alma que está malentendiendo.

El morirá y yo moriré.

El dejará su letrero y yo dejaré versos.

Algún día también morirá el letrero, y los versos también.

Después de ese día morirá la calle donde estuvo el letrero,

Y la lengua en que fueron escritos los versos.

Morirá después el planeta giratorio donde ocurrió todo esto.

En otros satélites de otros sistemas algo similar a la gente

Seguirá haciendo cosas como los versos y viviendo debajo de cosas como los letreros,

Siempre una cosa frente a la otra,

Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,

Siempre el misterio de lo profundo tan verdadero como el sueño del misterio de la superficie,

Siempre esto o siempre otra cosa, o ni una cosa ni otra. 


Pero un hombre entra a la tabaquería (¿Para comprar tabaco?),

Y la realidad de lo plausible cae de repente sobre mí.

Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,

Y voy a intentar escribir estos versos en que digo lo contrario.

Enciendo un cigarrillo mientras pienso en escribirlos

Y saboreo en el cigarrillo la liberación de todos los pensamientos.

Sigo al humo como si fuera una ruta personal,

Y gozo, en un momento sensible y competente,

La liberación de todas las especulaciones

Y la conciencia de que la metafísica es la consecuencia de encontrarse indispuesto. 


Después me reclino en la silla

Y continúo fumando.

Mientras el destino me lo conceda, seguiré fumando. 



(Si me casara con la hija de mi lavandera

Tal vez sería feliz).

Visto esto, me levanto de la silla. Voy a la ventana. 



El hombre sale de la tabaquería (¿Guarda el cambio en el bolsillo de los pantalones?)

Ah, lo conozco: es Esteves, el que no tiene metafísica.

(El dueño de la tabaquería se asoma a la puerta).

Como por un instinto divino, Esteves voltea y me ve.

Hace el gesto de un adiós, le grito ¡Adiós Esteves!, 

Y el universo se reconstruyó en mí sin ideal ni esperanza, y el dueño de la tabaquería sonrió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario